Me encuentro leyendo “Vida e Impresiones del Gato Murr” de Hoffmann. En un pasaje, Kreisler, el protagonista, (un trasunto del propio autor) contempla su reflejo en un río y comienza con él una desquiciada interpelación sobre unas tropelías cometidas en el pasado de las que el protagonista no se considera ahora responsable. Después, horrorizado, cree atisbar en la penumbra del crepúsculo a su doppelganger, que le atisba entre los árboles.
El espejo como el medio que permite ver aquel otro yo subterráneo, el instrumento que permite asomarnos a la sima abierta sobre las catacumbas del subconsciente, tratado por un autor que escribía noventa años antes de que el médico de Viena pergeñase sus teorías.
Creo que el espejo como símbolo ha conocido una de sus más maravillosas recreaciones literarias de la mano de Alicia, obra que en sí misma está plagada de símbolos.
Juan Perucho, imagina un espejo en cuyas profundidades mora un pez al que llama El Dorado y que se desliza eternamente, ajeno a los reflejos. Metáfora quizás de ese ideal que todos vamos buscando y del cual sólo somos un pálido reflejo.
El espejo como el medio que permite ver aquel otro yo subterráneo, el instrumento que permite asomarnos a la sima abierta sobre las catacumbas del subconsciente, tratado por un autor que escribía noventa años antes de que el médico de Viena pergeñase sus teorías.
Creo que el espejo como símbolo ha conocido una de sus más maravillosas recreaciones literarias de la mano de Alicia, obra que en sí misma está plagada de símbolos.
Juan Perucho, imagina un espejo en cuyas profundidades mora un pez al que llama El Dorado y que se desliza eternamente, ajeno a los reflejos. Metáfora quizás de ese ideal que todos vamos buscando y del cual sólo somos un pálido reflejo.